LIMA, Perú.- Ante la escasez de agua y suelo fértil, los limeños empiezan a plantar hortalizas en las azoteas de esta ciudad de unos 10 millones de habitantes donde caen apenas un par de gotas de lluvia al año.
La agricultura urbana se volvió más relevante debido al boom inmobiliario que transformó en la última década la cara de Lima, la segunda ciudad desértica más poblada del mundo después de El Cairo.
Con ayuda de expertos de la Universidad Agraria del Perú, la municipalidad de Lince empezó a enseñar a los vecinos a cultivar usando soluciones de nutrientes minerales en vez de tierra, una técnica conocida como hidroponía.
Enrique Llamozas, uno de los residentes que tomó los cursos, se deshizo de los trastes que guardaba en su azotea e instaló un módulo de tubos de tres metros de largo en los que cultiva desde lechugas hasta fresas.
Como otras ciudades de la costa del país, Lima depende del agua que desciende de los glaciares de los Andes.
Y aunque tiene casi una tercera parte de los 30 millones de habitantes de Perú, recibe sólo un 2 por ciento del agua potable de la nación andina.
Naciones Unidas, que celebrará el 22 de marzo el Día Mundial del Agua, advierte que en las últimas dos décadas se perdió casi una cuarta parte de los glaciares tropicales peruanos, sensibles al alza en las temperaturas por el calentamiento global.
Eso equivale al consumo de agua de Lima durante 10 años, de acuerdo al Gobierno.
La cobertura de vegetación en los techos de las viviendas ha sido utilizada durante siglos como técnica de aislamiento.
Y el cultivo de hortalizas en techos y balcones se ha puesto de moda en grandes ciudades como Nueva York o Ciudad de México, a medida que la población urbana se vuelve más consciente sobre el calentamiento global y el cuidado del medio ambiente.
En Perú, Lince fue pionera en revestir los techos con huertos hidropónicos. Su programa “Techos Verdes” convirtió las azoteas de unas 150 familias en huertos orgánicos. Y la iniciativa está siendo replicada por otras municipalidades de la ciudad como San Borja y San Isidro.
El proceso es sencillo, pero demanda tiempo y constancia, dijo Llamozas, sosteniendo un puñado de diminutas semillas de lechuga en las manos.
El primer paso es plantarlas en una bandeja con arena que regará religiosamente por 15 días. Una vez que las semillas broten las trasladará a un contenedor con agua y nutrientes. Y después de dos semanas más las plantará en los tubos hidratados.
El jardín de su azotea, Llamozas logra producir suficientes hortalizas para alimentar a su familia y vende el resto en tiendas de productos orgánicos en Perú, un país famoso por sus infinitas variedades de papas y por la quinua.
Y ahora el proyecto alcanzó una dimensión inimaginable para el jubilado que comenzó a hacerlo para distraer su mente.