OTTAWA, Canadá.- Para un país con inmensas reservas de agua dulce, no parece anormal que llegue a las casas un agua transparente y prácticamente gratuita. Pero en Canadá esta ventaja trae aparejado un sobreconsumo, un despilfarro y una calidad a veces mediocre.
“No hay medidores de agua”, explica Manuel Rodríguez, especialista en agua potable en la universidad de Laval en Quebec.
“Es algo que sorprende mucho a la gente que llega del exterior”, añade.
Y la sorpresa es mayor cuando los visitantes observan el majestuoso río San Lorenzo, las impactantes cataratas del Niágara, y los numerosos ríos y lagos en el país que representan en total 7% de las reservas del planeta.
En los hechos, la gratuidad del agua canadiense es parcial. Una parte de los impuestos que pagan los propietarios de viviendas y las empresas a las municipalidades se destina al mantenimiento de las redes de distribución.
Pero el monto es tan bajo que todos están convencidos de que el agua es gratuita. Además lo que se paga “no tiene relación con lo que se consume”.
“Para ser sinceros, hay mucha agua y con los tratamientos básicos, el costo de producción del agua potable no es muy alto”, señala Patrick Drogui, profesor en el Instituto Nacional de Investigación Científica de Quebec.
Sin embargo, como en muchos países, la ganadería y las industrias dejan su huella contaminante. Por ejemplo en el sur de Quebec “la calidad del agua (que se saca de los ríos) puede ser sospechosa”, señala Rodríguez. Sin embargo se usa y es tratada por las municipalidades.
“Los costos podrían aumentar en los próximos años con la aparición de nuevos contaminantes, como perturbadores endocrinos, residuos de productos farmacéuticos que volverán inevitable la aprobación de nuevas normas para neutralizarlos”, advierte Drogui.
Estos contaminantes, de los que ya se encuentran rastros en el agua, son “muy, muy tóxicos” para el ser humano” y ya provocan una feminización en algunas especies de peces. Una amenaza similar acecha al ser humano.
La abundancia de agua también tiene efectos perversos. “Como no recibes cuenta de agua, prestas menos atención (a la hora de consumirla) y por lo tanto tiene un efecto directo en el despilfarro”, añade Drogui.
En Canadá, es común ver a un padre de familia limpiando su coche con chorros de agua mientras otro riega sin fin el césped que rodea su casa.
El resultado de ello es que el consumo promedio de agua de un canadiense es de entre 300 y 400 litros diarios, uno de los más altos del mundo. Pero como no hay medidores, en verdad se desconoce el consumo exacto, destaca Rodríguez.
En Montreal, la ciudad produce cada día un promedio de 934 litros de agua potable por habitante. Y una buena parte de ésta a pérdida, porque por las canalizaciones, a menudo vetustas, se derrama por doquier. La situación se repite en otras partes del país, donde el 30% del agua tratada vuelve directamente a la tierra, según el ministerio de Medio Ambiente.
Aunque se hacen esfuerzos para terminar con este despilfarro, los objetivos son todavía modestos. Quebec, por ejemplo, propone en su estrategia de ahorro de agua potable reducir las pérdidas de su red “a un máximo de 20% del volumen de agua distribuido” hacia el 2017.
Una situación que puede chocar cuando “comunidades enteras carecen simplemente de agua potable para tomarla o lavarse”, observa Irving Leblanc, director de infraestructuras en la Asamblea de las primeras Naciones, que representa a las 630 colectividades amerindias del país.
Es el caso en una decena de reservas aisladas del norte de Ontario y Manitoba, donde imperan condiciones dignas “del tercer mundo”, al igual que en decenas de otras en el país. Por lo tanto, estas regiones se convirtieron en el reino del agua embotellada, cara de transportar.
El gobierno canadiense, responsable de las infrastructuras de agua en estas comunidades, pretende invertir 323 millones de dólares en dos años, muy por debajo de los 4.700 millones de dólares en 10 años que consideraba necesarios en 2011.